La consagración de la felicidad

La consagración de la felicidad

Aunque parezca sorprendente, existen personas que buscan el sufrimiento, el dolor. No es una tendencia gratuita. El trasfondo, si me permiten la osada comparación, es similar al que empuja a un psicokiller a matar: la recompensa. En el caso del asesino, mental. En el caso que nos ocupa, divina.

Hablo, como habrán advertido, del afiliado a cualquier culto religioso en el cual consagrar los padecimientos es como invertir en un bono que se hará efectivo en el otro lado. Pero para cobrarlo, por desgracia, hay que morir primero, y eso es siempre una faena.

Este espécimen al que me refiero no espera que llegue ese tren del sufrimiento (que tarde o temprano, y en varias ocasiones, termina deteniéndose en nuestra estación). Lo busca. Se calza sus deportivas y se lanza en pos de la maquinaria. Y sufre. Y queda esperando la compensación.

Será porque las he pasado putas en los últimos años, pero una de mis pocas convicciones es la de que no necesitamos azotarnos con ese látigo. La vida se encarga de sobra de flagelarnos cuando nos toca, independientemente de nuestra posición social o económica. Cuando al destino le da por poner cara de ogro, la pone que da gusto.

Dejaré de lado la figura del mártir por vocación, aquella que nunca entendí. La de los azotes, cilicios, ceniza en la comida y demás. Oye, que si el dolor viene, viene, y qué mejor, si crees en un Dios que se nutre del sufrimiento ajeno, que ofrecérselo. Que en tales cuestiones no me meto. Eso sí, no puedo evitar acordarme de la trama de Monstruos S.A. Todos creyendo que la ciudad se recargaba con el llanto y el miedo de los niños, y resulta que la potencia se multiplicaba con sus risas.

Quiero decir con esto que más allá de dedicar al Gran Arquitecto aquello de malo que nos acosa, ¿por qué no dedicarle nuestra felicidad? a ver si, como en la película de Píxar, nos vamos a llevar una sorpresa, y ese Dios que cada cual interpreta a su manera va a disfrutar más con nuestros buenos momentos que con los jodidos.

¿Os acordáis del “Señor, bendice estos alimentos que vamos a recibir por tu misericordia”? Pues algo así,para que nos entendamos. Dedicar a ese Gran Arquitecto, en el que creo sin la más mínima fisura, cualquier escena de las buenas de esta película que es la vida, y en la que somos actores principales.

Yo lo hago constantemente. Por grandes cosas y por pequeñas grandes cosas. Ahora mismo lo estoy haciendo. Mientras escribo estas líneas, ando devorando una rubia espumosa a pie de barra, en un local que imita una estación de tren.

Hoy estoy solo, sí, pero lo hago igualmente, en silencio, por dentro, cuando salgo a tomar unas copas con mis amigos. Son momentos de cónclave, de conspiración, de planear. Por ello, jarra en mano, pienso en el Relojero Mayor y le agradezco y le dedico esos momentos de asueto.

Me la trae al pairo si estoy, para algunos, profanando alguna ley sagrada, pero sí, consagro a Dios cada una de las cervezas que me echo al gaznate. Y lo que eso, para mí, significa. Y lo que eso, para mí, simboliza.

Sinceramente, antes que el dolor, prefiero consagrar al Gran Arquitecto la felicidad.

Salud.