Bufonadas: Los lamentos desconsolados del podacesped Óscar Fábrega
Quiero hablaros de un jardinerito de provincia llamado Óscar Fábrega. La biografía profesional de este podacesped es escueta: escritorzuelo de lo que en el argot se conoce como refrito. O sea, ha escrito un par de libros en los que recopila información de cuarenta libros ajenos, algo completamente legal, pero que a los pocos lectores que ha tenido les ha parecido el colmo del aburrimiento. Pero esto es lo que ocurre cuando quieres escribir libros sin mover el culo del sofá de casa.
El caso es que este podacesped lleva años corroído por la envidia profesional, y en más de una ocasión ha intentado atacar mi trabajo como escritor por medio de polémicas en las que siempre ha salido escaldado… siempre ha salido con sarpullidos, haciendo el más completo de los ridículos. O quizá no es envidia, y es que tiene problemas personales, o familiares, que desconocemos, y que le llevan a volcar su odio contra los demás. O quizá no le gusta su aspecto, esa mezcla extraña entre un cuerpo orondo y una cara de España de la postguerra.
Os cuento la historia. Hace veinte años me dispuse a realizar un proyecto mágico, que me llevó a recorrer los 101 pueblos, en aquel entonces, de la provincia de Málaga, mi provincia natal y de residencia, para recopilar historias curiosas. Ya no serían sólo las típicas historias de misterio, sino todas esas leyendas y tradiciones que están en peligro de desaparecer. Y puedo decir con orgullo que en algunos de mis libros hay historias que ya no están en la calle porque murieron aquellos que las conocían, pero que, por suerte, logré poner a tiempo en negro sobre blanco. En cuatro años, en los que invertí mi tiempo, mi esfuerzo y mi dinero, logré recopilar cerca de 1800 referencias. Mi fuente siempre fue la memoria popular, o aquellos que custodiaban la memoria popular. Fue investigación de campo, siempre a pie de carretera.
De pronto, diez años después de la publicación de uno de mis libros… ojo… diez años después… me encuentro con la sorpresa de tropezarme en internet con la crítica feroz de un poetucho local de Estepona, llamado Manuel Sánchez Bracho. Digo poetucho, sin ánimo de ofender. Igual que está el águila y está el aguilucho, tenemos al poeta y también al poetucho. Diferencia: el poeta… un Hernández, un Machado, un Lorca… escribe poesía, mientras que el poetucho hace rimas. En la bibliografía de Sánchez Bracho podemos encontrar versos tipo: “me levanté de la cama, me acerqué al salón, descorrí la cortina, y miré la luz del sol”.
Este hombre, que se hace llamar historiador de Estepona, aunque de historiador tiene poco, me acusaba públicamente de haber copiado un libro en el que él, a su vez, se hacía eco de la memoria popular de su pueblo. O sea, mientras que un auténtico historiador estaría encantado de que su pueblo se diera a conocer por diferentes vías, este poetucho sólo pretende ser él quien difunda esa memoria popular. Lo que yo llamo el maldito afán de la posesión. El no querer que nadie de fuera acceda a tu feudo. Estos personajes no buscan dar a conocer su pueblo, buscan ser los únicos que lo den a conocer, buscando simplemente el protagonismo.
Pero Sánchez Bracho mentía descaradamente. Yo lo había entrevistado en su momento, como había entrevistado a otros historiadores, documentalistas y gente del ayuntamiento, tal y como hago en todos los municipios que visito. Yo había leído su libro como suelo leer libros, reportajes y páginas web de cada municipio que visito. Pero luego, al igual que en todos los municipios en los que investigo, entrevisté a más de treinta lugareños, principalmente gente mayor, que me contaron lo que se conserva de la memoria popular, esa memoria popular de la que había bebido Sánchez Bracho, y de la que ahora estaba bebiendo yo. Esa memoria popular que se traslada de generación a generación, y que no tiene dueño, aunque algunos intenten levantar una parcela alrededor.
Pues el poetucho Sánchez Bracho no sólo mentía movido por el deseo de la posesión, sino que además, en el colmo del surrealismo, aseguraba que iniciaría los trámites legales para denunciarme por plagio. Trámites legales que nunca inició, ya que el juez le hubiera dado una patada en el culo al no existir ni media línea copiada. El poetucho, por lo tanto, terminó olvidándose del asunto, y regresó a su afán por escribir rimas malísimas.
Y aquí es donde aparece el jardinerito de provincia Óscar Fábrega, que sin tener ni puñetera idea de qué iba el tema, sin haber leído ni mi libro ni en del poetucho, compartió la falsa denuncia, haciendo llegar a muchos compañeros y amigos comunes una información que era falsa. Ya sabemos que una mentira repetida muchas veces, puede convertirse en una verdad para aquellos que no están al día del asunto. Y eso buscaba este escritorzuelo.
Rápidamente le hice ver su falta de decencia, y Óscar reconoció que se había precipitado en sus comentarios contra mí. Y sin querer aún rectificar, me dijo que antes leería ambos libros, para ver si era cierto el asunto del plagio. Y sucedió que, al leer mi libro, se dio cuenta, como se daría cuenta cualquiera, que no hay ni media línea copiada. Mi libro habla de 101 pueblos, y en el capitulito de Estepona yo cuento, a mi manera y con mi estilo, aquellas historias de la memoria popular de aquel pueblo costero. Como es lógico, eran historias breves en las que coincidían los nombres, las fechas, los pasajes históricos, y las ubicaciones. Si la memoria popular contaba que un árabe y una cristiana fueron asesinados junto a una fuente, yo no podía escribir que un mexicano y una argentina sufrieron un infarto jugando al bingo. Tenía que contar la misma historia, a mi manera, pero la misma historia.
Pues el escritorzuelo, el jardinerito de provincia, al darse cuenta de su error, en lugar de pedir disculpas como manda la decencia, se mantuvo en sus trece, y siguió hablando de plagio que, ojo, es un delito, un delito que implica copiar literalmente. Jamás es un delito de plagio contar a tu manera lo que narra la memoria popular por mucho que otros hayan escrito sobre ella.
Y Óscar, este podacesped, siguió manteniendo su mentira, e incluso, en el colmo del ridículo, compartió en redes sociales párrafos de ambos libros, donde todos pudieron ver que se trataba de las mismas pequeñas historias, con los mismos datos, pero contadas de dos maneras diferentes. Hizo el ridículo.
Pero esto viene de antiguo. La inquina, la envidia del jardinerito hacia mí es tan grande, que ya en su momento, cuando escribí un libro sobre misterios de Almería, primero apuntó en redes sociales que cómo era capaz de escribir sobre esa provincia, retornando de nuevo al sentido de la posesión, a creer que de un lugar sólo puede escribir gente de ese lugar, y segundo, a tener la osadía de decir que me había copiado de los libros de un escritor almeriense llamado Alberto Cerezuela. ¿Queréis conocer la bomba? ¿Sabéis quién prólogo mi libro de Almería? Alberto Cerezuela, el escritor presuntamente plagiado. O sea, Óscar estaba poniendo de imbécil para arriba a Alberto. Lo estaba poniendo en ridículo, porque estaba diciendo que el señor plagiado había prologado el libro que plagiaba su trabajo, algo que no tiene ni pies ni cabeza. Pero como siempre digo, Cerezuela, al igual que otros compañeros escritores e investigadores, habla mi mismo idioma, y estamos ajenos a las intrigas de personajes de tan bajo calado como Óscar.
Y mientras que yo he seguido en las carreteras, a pie de cañón, el jardinerito de provincia sigue sin separar su culo del sofá, haciendo refritos que nadie lee. Mientras que yo sigo trabajando honestamente, el podacesped se intenta burlar de mí por dedicarme paralelamente al mundo de la música, aunque es preferible ser un cantante, antes que ser lo que es Óscar, un cantamañanas.
Así que yo seguiré haciendo lo que sé hacer, y mientras tanto Óscar, este escritorzuelo sin escrúpulos ni principios, este hombre que no ha dado un palo al agua en su vida, seguirá cortando el césped, que es lo suyo.