Microcosmos
De niño había conceptos que me fascinaban. Por el ejemplo, el infinito.
-El universo es infinito.
-¿No tiene final? -preguntaba.
-No.
-Pero eso es imposible -respondía yo-. En algún momento llegarás a una pared.
-¿Y si echas esa pared abajo? ¿Qué hay detrás?
Me pasaba horas imaginándome con un martillo en la mano, rompiendo muros cada vez más gruesos. Detrás de ellos, siempre un espacio infinito.
Con la eternidad me ocurría lo mismo. No hacia adelante, que en esa no me costaba creer (teniendo en cuenta que yo no moriría nunca). Era hacia atrás la que me desconcertaba.
El religioso me decía:
-Nunca hubo un principio. Todo existe desde siempre porque Dios es eterno.
-Pero a ese Dios lo crearía alguien alguna vez -razonaba yo.
-¿Y quién creó al que lo creó?
Mientras que los científicos se llevaban el balón a otro terreno:
-Todo comenzó con el Big Bang. De la nada surgió la creación.
-Entonces, antes no había nada -decía yo.
-Pero, si no había nada de nada, ¿qué provocó el Big Bang?
Y terminaba imaginando a alguien que hacía saltar una chispa que provocaba la existencia. Pero ese alguien ya existía, claro. Y desde siempre. Pero, ¿cómo era posible?
Estos conceptos eran mareantes, pero a la vez me apasionaban. Me hacían mantener la mente en forma, dando vueltas y más vueltas a esos enigmas.
Otra de las cuestiones singulares era aquella del macrocosmos y el microcosmos.
-Si miras por un potente microscopio cualquier objeto, verás que todo se compone, si lo reduces a la mínima expresión, de átomos.
-¿Cómo es un átomo?
-Tiene un núcleo, alrededor del cual giran los electrones.
-Ah -murmuraba yo, con los ojos como platos.
-Pero si miras por un potente telescopio, verás que el universo se compone de sistemas celestes en el que varios planetas giran en torno al sol.
-¿Cómo si fueran átomos?
Aquello me parecía, nuevamente, fascinante, porque por un lado me invitaba a imaginar a seres diminutos que habitaban en los electrones de mi mesa, y que al verme a través de un gran telescopio, sólo percibían los sistemas planetarios de átomos que me componen.
O me empujaba a pensar que nuestros sistemas planetarios son átomos de la mesa de un ser gigantesco.
O que todos habitamos en átomos del cuerpo de Dios, ese que es eterno y que, con su chispa, creó el infinito.
!La Virgen! Menudo lío.
Pero a lo que iba, que me he desviado, y de qué manera.
Vamos a quedarnos con la tesis del macrocosmos y el microcosmos, que viene a cuento respecto a mi forma de contemplar la vida de un tiempo a esta parte.
Siempre he creído que el motivo de la existencia humana es el de experimentar, aprender, evolucionar, disfrutar, cargar la maleta con conocimientos y recuerdos, esa maleta que es lo único que nos llevaremos al otro lado.
Inmerso en esa certeza, y quizá espoleado por la fogosidad de la juventud, antes creía que para alcanzar esas metas era necesario recorrer el planeta. Me obsesionaba saber que no tendría tiempo para visitar todos los países para investigar y disfrutar en ellos.
Aunque sigo pensando que viajar es una de las actividades más sanas, y aunque sigo preparando el petate, ahora más ligero, cada vez que puedo, en la actualidad no me preocupa en absoluto el número de países que pueda llegar a pisar.
Es lo del macrocosmos y el microcosmos. El Gran Arquitecto ha dispuesto escenarios a nuestro alcance para cubrir el cupo de experiencias existenciales. Si puedes viajar lejos, no duces en hacerlo, pero si no te es posible, seguro que en tu municipio, o en tu comarca, o en tu provincia, tendrás a tu alcance el reflejo exacto de lo que hay en lugares lejanos.
Las investigaciones arrojarán las mismas certezas, o las mismas dudas, que si investigaras en la otra cara del planeta. Y las experiencias vitales… con más o menos matices, lo mismo.
Estoy seguro de que podrías no salir nunca de tu entorno, y encontrar cerca las herramientas necesarias para tu evolución. Si estás al loro, claro, pero eso es así aquí y allá, cerca y lejos.
Para los que saben olfatear las señales, no hay problemas geográficos, ni limitaciones de ningún tipo.
Este re-descubrimiento del macrocosmos y del microcosmos me ha venido genial. Ahora sé disfrutar más de lo que me rodea, de aquello que antes no apreciaba, creyendo como creía que lo “snob” estaba siempre lejos.
Ahora, mi mundo es el que está a mi alrededor, el que está a la mano, sin necesidad de tomar aviones. Es el exacto reflejo del otro, del lejano.
Así, a bordo solo de mis zapatos, voy alcanzando mis metas.
Feliz viaje.