Un cateto perdido en Starbucks
Ayer estuve en Starbucks. No soy muy de ir a sitios de renombre (me pasa como con los libros y las películas, que si les dan mucho bombo, tiendo a recelar), pero un café a 4 o 5 pavos tiene que estar bueno por narices.
Pedí un cappuccino en vaso grande y para llevar, que hasta para beber me puede la inquietud y me gusta dar vueltas.
-¿Lleva azúcar? -pregunté a la chica que me lo sirvió.
-No. Puede echarse en aquel mostrador.
El mostrador en cuestión estaba a un par de metros y parecía Jauja. Frascos de todo tipo.
Así que puse el vaso sobre la barra, lo abrí, metí una paleta para remover y…
Un puñado de azúcar… un puñado de chocolate en polvo… un puñado de canela… un puñado de vainilla molida… y no sé cuántas cosas más.
Resultado: aquello parecía cualquier cosa menos un café.
Consecuencia: sabía a rayos, amargo como la puta que lo parió.
Y es que, a veces, queremos ir de vanguardistas y terminamos cagándola.
Lo tradicional también mola, no lo olvidemos.
Pienso regresar a Starbucks, pero esta vez… café y azúcar.